viernes, 9 de noviembre de 2012

El muerto que habla



Después de ese encuentro último con su padre, se fue directo al departamento de Mar del Plata. Estaba destruido.
Casi escombros quedaban de lo que era el corazón, el lugar que ocupaban  las escapadas de noche al casino, los mates amargos con el viejo y sobre todo  el balcón. Lo que seria la piel, lo que aguantaba todas las caídas, las pérdidas, todo lo que fue dejando, “cambiando”- según decía, aunque todos sabían que era jugando-, estaba descascarada. Sin un color definido con manchas de lo fueron las camas, las mesas, las sillas, todos los muebles que compartieron y que ya no estaban ahí; incluso en algunas partes dejaba ver su interior de ladrillos.
La boca, todas esas ventanas en las paredes de colores de la cocina ya no eran como la imagen que tenía de ella. Mucho menos aún registraba el gusto de lo que ahí mismo había probado. Esto último a causa  de la herencia que no le podía faltar: el cigarrillo había modificado su aspecto terriblemente, los costados estaban amarillos con manchas negras a causa del humo  que durante años  albergo, le había quitado calidez a la cocina. No sólo a la cocina, a todo el departamento quiero decir. Todo estaba perdido. El sistema de juego no funcionaba más. Las puertas del casino se las habían cerrado y las del hipódromo, en cualquier momento, también.
Necesitaba la plata. Por diez mil pesos hacía cualquier cosa. Hasta arrancarle de las manos las llaves del departamento a la última imagen que tiene del viejo en el hipódromo, ensangrentado, tirado en el estacionamiento.

Ger Kleiner.

martes, 6 de noviembre de 2012


Setenta mil cuervos blancos
pican mis ojos
cada vez que ellos cantan
en las piernas de otra mujer

Muere la imagen
congelada en el bosque
de quien no es la dueña de la aves
después de verla un día de calor

Muere la dueña de las aves
si nadie la mira
Mueren las aves sin su dueña
si nadie mira sus piernas
  
Setenta mil cuervos blancos
vigilan mis movimientos
aunque estén sentados
en las piernas de la única mujer

Muere la imagen
congelada en el bosque
de las aves
al verla

Mueren mis ojos sin sus aves
si su dueña no los ve
Mueren sus aves en mis ojos
si su dueña         todavía me vigila.

Ger Kleiner.


Ger Kleiner.