martes, 26 de noviembre de 2013

Crisálida, Buen-día.

                Como cuando se camina por inercia, sin prestar atención. Así caminaba por la vereda este de la calle de los Turcos el día que te vi por primera vez.  Años después te podría haber contado que en realidad no te cruce casualmente. Antes, tratando de que mi presencia pase desapercibida te mire durante horas agarrado al tronco de la araucaria.
                Cualquiera, da igual que sea de Colombia o de la Patagonia, hubiera afirmado que eras la más hermosa que nadie había visto jamás, aunque siempre estés ahí envuelta en tu vestido verde como los ojos gigantes color aceituna que miraran fijo al cielo durante una vida tan plena como fugas. Cerrándote con un movimiento acompasado delatabas que nadie te estaba mirando, nadie más que yo, por lo menos en ese momento.
                También te podría haber dicho que me hubiese encantado estar ahí, me hubiese encantado que mi cara sea lo primero que veas el día que dejaste caer tu vestido al pie de la araucaria para salir volando en todos los colores de tu desnudes, en toda la plenitud de tus ojos verdes tan bellos como los bigotes de quien los podría haber pintado en tu espalda.
De todas maneras, me conforma casi sentir que el vaivén de tus alas me duerme todas las veces que me acuesto, con una caricia me despierta cada vez que me levanto y que me consuela con su vuelo  saludándome con la mirada intermitente mientras te alejas volando por la vereda este de la calle de los Turcos
Ger Kleiner.

Como un mosquito.

Y justo ahí te fuiste a parar. No esperaba que lo hagas, mi cuerpo no te esperaba, pero lo hiciste.  Fue rápido pero profundo. Ni bien me acariciaste, todo mi cuerpo se dilato, se estremeció con tu caricia que bajaba por mi espalda acariciando cada vertebra, estremeciendo y excitando cada musculo. Fue en el momento justo para que pasen cosas como las que pasaron después.
Estaba distraída. Caí en ti como cae quien pierde la fuerza en el interior de un abrazo, en lo cálido de un  abrazo, en lo cercano y húmedo de una boca, en lo que antes comió esa otra boca, en lo que antes tenia puesto ese otro cuerpo, en lo antes abrazó ese otro cuerpo y que ahora desnuda y acaricia de a poco pero que ahora despierta en la respiración cada vez mas acelerada, la espalda cada vez menos encorvada y mi mano que te sigue por todo mi cuerpo, te busca, te llama como a un extraño que explora mis rodillas, mis tobillos, la parte de atrás de mis orejas, mis pechos, la cara interna de mis muslos, y que por fin irrumpe contra mí. Me penetra despacio casi sin darme cuenta hasta que de un momento a otro ya está dentro de mí, ya está en mi sangre.
Pero a vos no te importaba. Buscabas una sola cosa, y siempre lo supe, querías picarme. Alimentarte en todo tu ser, cantar en esa plenitud. Después de eso, lo único que podía hacer era rendirme, putear al azar, tratar de aplastarte contra mi codo y, triste por no salir victoriosa, terminar rascándome ahí donde te fuiste a parar.


Ger Kleiner