martes, 26 de noviembre de 2013

Crisálida, Buen-día.

                Como cuando se camina por inercia, sin prestar atención. Así caminaba por la vereda este de la calle de los Turcos el día que te vi por primera vez.  Años después te podría haber contado que en realidad no te cruce casualmente. Antes, tratando de que mi presencia pase desapercibida te mire durante horas agarrado al tronco de la araucaria.
                Cualquiera, da igual que sea de Colombia o de la Patagonia, hubiera afirmado que eras la más hermosa que nadie había visto jamás, aunque siempre estés ahí envuelta en tu vestido verde como los ojos gigantes color aceituna que miraran fijo al cielo durante una vida tan plena como fugas. Cerrándote con un movimiento acompasado delatabas que nadie te estaba mirando, nadie más que yo, por lo menos en ese momento.
                También te podría haber dicho que me hubiese encantado estar ahí, me hubiese encantado que mi cara sea lo primero que veas el día que dejaste caer tu vestido al pie de la araucaria para salir volando en todos los colores de tu desnudes, en toda la plenitud de tus ojos verdes tan bellos como los bigotes de quien los podría haber pintado en tu espalda.
De todas maneras, me conforma casi sentir que el vaivén de tus alas me duerme todas las veces que me acuesto, con una caricia me despierta cada vez que me levanto y que me consuela con su vuelo  saludándome con la mirada intermitente mientras te alejas volando por la vereda este de la calle de los Turcos
Ger Kleiner.

1 comentario:

  1. "tan bellos como los bigotes de quien los podría haber pintado en tu espalda"
    como me deja tuerto...

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